El final de la unipolaridad

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Pascual Amézquita Zárate
PhD en Economía, profesor universitario.
Agradezco a Marcelo Torres Benavides por las jornadas que dedicó a discutir conmigo aspectos de esta investigación.
Ya en curso la guerra en el Mar Negro, Washington pareciera descubrir ahora sí que su contrincante real es China y enfila baterías al punto candente de la región, Taiwán, desconociendo de nuevo los acuerdos, en Ucrania rompiendo la promesa de no extender la OTAN y con China el Comunicado de Shanghái. Por lo demás, la elemental lógica militar sugiere que no es buena idea tener dos frentes de guerra, menos tratándose de lo que está en el escenario: Rusia solo accesible a través de Europa y China al otro lado del planeta.

La realidad indica que Estados Unidos está perdiendo la supremacía mundial de que gozó durante casi un siglo. Lo que no es claro por el momento es si la configuración en el mediano plazo será de un mundo bipolar −como lo fue durante el medio siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial− o multipolar. Para ayudar a visualizar los problemas enunciados, este documento se divide así. La primera parte apunta a mostrar la evidencia sobre el auge y estancamiento de Estados Unidos, la segunda a presentar el camino que siguió el mundo de ser unipolar a bipolar y luego a multipolar con el trasiego de la Unión Soviética. La tercera expondrá los puntos esenciales en la consolidación de la República Popular China. La cuarta una mirada a los datos de conjunto y la quinta un recuento sintético del proceso para poder proponer escenarios a mediano plazo.

Auge y declive de Estados Unidos

El título de este apartado rememora la obra de P. Kennedy (1989) y empieza recordando la configuración de Estados Unidos que a lo largo del siglo XIX sentó las bases que le permitieron constituirse en la potencia que reemplazó al Reino Unido en su declive. Como puntos esenciales en su ascenso hay que mencionar la política proteccionista que en general se mantuvo durante todo el siglo XIX y que le permitió construir una poderosa industria. Uno de los intentos por abrogarla fue la causa principal de la Guerra de Secesión de 1861 pues al sur agroexportador y esclavista no le convenía el proteccionismo.

Otras medidas revolucionarias fueron haber seguido para el desenvolvimiento de su economía agraria el modelo farmer, haber abolido la esclavitud y permitir la llegada de millones de inmigrantes, es decir contar con la mano de obra para asumir la construcción de ese pujante mercado interno. Finalmente debe destacarse el crecimiento territorial, una parte a través de negociaciones ventajosas contra gobiernos miopes como la compra de Luisiana y de Alaska y otra a través de simples actos de saqueo como los dos millones de kilómetros robados a México y las pérdidas de España en Florida primero y décadas después en Puerto Rico, Cuba, Filipinas, islas Guam y Hawái.

Fue, en síntesis, el triunfo en toda la línea de la revolución democrático-burguesa en un subcontinente donde no hubo que enfrentar las herencias del sistema feudal que imperó en Europa durante unos mil años y que dejó su impronta también en América Latina, ni tampoco vecinos fuertes que enfrentaran su expansionismo y abocaran a una guerra como sí hubo de padecerla Alemania entre 1860 y 1870.

Cuando despuntó el siglo XX Estados Unidos ya era una potencia −carecía sí de un buen sistema de defensa naval− y ya había configurado su estructura imperialista con la consolidación del capital financiero que allí tuvo lugar en el último cuarto del siglo XIX, y solo faltaba ponerle punto final al predominio del Reino Unido. El golpe de gracia no provino de la potencia americana ascendente sino de Alemania, pues, como sobra decirlo, los británicos obtuvieron la clásica victoria pírrica en la Primera Guerra Mundial.

En el período de entreguerras −la Era de las Catástrofes como la denomina Hobsbawm−, Estados Unidos y la Unión Soviética logaron desplazar económicamente al resto de las potencias (Aldcroft, 2013; Allen, 2005), y se convertirían en los países que lograron el predominio mundial terminada la Segunda Guerra Mundial.

En la posguerra aparecieron dos características de la nueva configuración, ya vistas en anteriores cambios de mando en la geopolítica planetaria, pero no con tanta nitidez como ahora. La primera, la gran distancia económica entre las dos potencias frente al resto de eventuales competidores, y la segunda y más importante, la notoria diferencia ideológica entre los dos polos, capitalismo y socialismo.

Al inicio de la nueva etapa geopolítica en la posguerra, Estados Unidos tuvo una gran ventaja frente a la Unión Soviética, no haber padecido en su territorio la destrucción de la guerra, como sí ocurrió, en exceso, en la Unión Soviética. Eso le permitió a Washington modelar el mundo de acuerdo con sus intereses, a través de dos grandes instituciones: Los acuerdos de Bretton Woods y la OTAN.

A partir de la década de 1950 empezó a consolidarse el mundo bipolar que en su momento fuera definido a través de la existencia de dos campos, el capitalista y el socialista, y de un particular método de enfrentamiento, la Guerra Fría.

Aparte del contendiente central, la URSS, durante los años de la Guerra Fría la Casa Blanca tuvo que vérsela con otros problemas importantes que amenazaron su primacía. El primero, el debilitamiento que significó la guerra de Vietnam y otro, el auge de Japón. La solución vendría de la mano del presidente de la década de los 80, Ronald Reagan quien impuso la política neoliberal dentro y fuera de sus fronteras y reconfiguró la guerra contra la URSS.

La Casa Blanca le pasó la factura de la guerra de Vietnam y de la Guerra Fría al resto del mundo a través del zarpazo que significó el desconocimiento en agosto de 1971 de la paridad del oro con el dólar acordado en Bretton Woods de una onza a 35 dólares, que pasó a 100 dólares pocos años después. Es el privilegio exorbitante de que goza por ser el emisor de la divisa mundial cuyas cifras son astronómicas. Las reservas de oro en Estados Unidos para finales de los años 60 eran 10.000 millones de dólares mientras que la masa de dólares en circulación era de 50.000 millones (Irwin, 2012). De esta época es la expresión “el dólar es nuestra moneda, pero es su problema”. La gran emisión fue hecha para adquirir las mercancías europeas y japonesas y para pagar los gastos de la guerra de Vietnam y de las bases militares que extendió por todo el planeta.

Finalmente Washington impuso el llamado Acuerdo Plaza en septiembre de 1985, dirigido fundamentalmente contra su principal contrincante económico, Japón, a través del cual obligó a que los otros miembros del G-5 (Reino Unido, Francia, Alemania y Japón) revaluaran su moneda contra el dólar para así acabar con el cuantioso déficit comercial que afectaba a Estados Unidos, más otras medidas no menos importantes contra Japón como normas más restrictivas contra los zaibatsu y sus antecesores, los keiretsu, formas de organización de las empresas niponas que les permitían un mayor poderío interno e internacional.

Una de las razones que ayuda a explicar por qué Japón volvió a aceptar una derrota en toda la línea −ahora económica y sin bomba atómica−, en la década del 80 es que de continuar en su auge debería enfrentarse a la URSS como ya había ocurrido al inicio del siglo XX y prefirió evitarlo al costo de, literalmente, agachar la cabeza ante Washington. La aceptación de las disposiciones de la Casa Blanca por las otras potencias occidentales fue el reconocimiento de su debilidad, de la imposibilidad de alterar el mundo bipolar que perduraría, así, cuatro largas décadas, es decir dos generaciones humanas.

Con estas agresivas medidas económicas −más las de orden militar y político−, Estados Unidos empezó la recuperación económica de su alicaída élite económica. El desenlace es bien conocido: logró imponerse económica y políticamente mientras el campo socialista fue debilitándose a la muerte de sus principales líderes, Stalin y Mao.

Poco después Gorbachov jugaría el papel de sepulturero de la bipolaridad planetaria, abriéndole la puerta al mundo unipolar que marcaría la pauta sin ambages hasta el año 2008 cuando ocurrió la Crisis Atlántica. Este sistema unipolar ya no perduraría casi medio siglo como el bipolar sino apenas un par de décadas, una generación humana.

En ese interregno Washington puso a todo el planeta a pasar por el aro de los tigres: el Consenso de Washington −afinado en su ensayo general, la Escuela de Chicago en Chile− cuyas políticas y efectos no solo se sintieron en América Latina sino también en los Tigres asiáticos, el ataque a Corea del Sur con el argumento de que el país estaba en manos de una casta corrupta −excusa baladí cuando se compara con lo que ocurre en Estados Unidos−, el bombardeo a Kosovo, incluido el bombazo contra la embajada de China, sapo que Pekín tuvo que tragarse, el derrocamiento de sátrapas como el de Irak o Libia, y un largo etcétera que muestra cuán rudo es el mundo unipolar. Este comportamiento con sus aliados no ha cesado en los años recientes como lo ejemplifican la imposición de Guaidó como presidente de Venezuela −aceptada por más de sesenta países− y el manejo de la guerra por Ucrania.

Como se verá en los datos adelante, aunque Estados Unidos empezó a presentar fracturas en varios frentes desde antes del 2008, de momento vale la pena puntualizar los elementos fundamentales. Desde la perspectiva más economicista pero con efectos en la superestructura debe llamarse la atención con Bulmer (2018) sobre el papel contradictorio de las multinacionales pues de una parte expresan de la manera más nítida el imperialismo pero de otra han erosionando el entramado mismo de la nación a través de las cadenas globales de suministro que se traducen en empeoramiento de la condición de vida del grueso de los estadounidenses, en la pérdida de su primacía industrial, en el debilitamiento de sus colegios, universidades y centros de investigación, en el abandono de la infraestructura que no esté vinculada al comercio exterior, entre otras manifestaciones de la decadencia de la potencia.

Aun así es necesario llamar la atención sobre la discusión que hay en torno al nivel en que Estados Unidos ha perdido importancia y que está produciendo una gigantesca masa de literatura, por ejemplo Broo y Wohlforth (2023) o Gandásegui, (2017). Recientemente en la discusión han terciado dos importantes publicaciones que desestiman la supuesta debilidad de Estados Unidos, The Economist (2023a) y Foreign Affairs (Broo y Wohlforth, 2023).

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El final de la bipolaridad, la desintegración de la Unión Soviética

Queda anotado que una característica de la bipolaridad en la posguerra es que la Unión Soviética era expresión del campo socialista, es decir, la confrontación entre las potencias tenía un fuerte y claro componente ideológico, como lo ponen de presente por ejemplo el contenido de la alianza para enfrentar el nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial (IIGM) y la forma como se organizaron los territorios en el acuerdo de Potsdam.

Pero ese contenido ideológico se fue diluyendo en lo que acertadamente sintetizó el autor rumano Martín Nicolaus en un muy esclarecedor libro de 1983, La restauración del capitalismo en la URSS. Fue un largo proceso que hunde sus raíces en la forma en que se desarrolló la reconstrucción de la URSS luego de la IIGM −quizá a través de una reedición de la Nueva política económica de Lenin (NEP)−, la muerte de Stalin y luego las políticas adoptadas por sus sucesores Krushov y Breznev.

De ese tránsito quien primero tomó nota y alertó sobre sus efectos fue Mao Tsé-tung que desde comienzos de la década de 1960 escribió sobre el auge del revisionismo −adjetivo para indicar el cambio de orientación política− y del surgimiento del socialimperialismo como resultado geopolítico del cambio de paradigma.

Sin duda a los ojos de avisados estrategas estadounidenses esta transformación no pasó desapercibida, pero para facilitarse la tarea de la Guerra Fría la propaganda occidental siguió insistiendo hasta el último momento en que el enfrentamiento era entre “el mundo libre” y “el comunismo”, y que el socialismo terminó con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. Por sus propias razones muchos seguidores de la URSS también mantuvieron hasta el último momento el calificativo de socialista al modelo que hacía tiempos había dejado de existir. El director del último tramo de la Guerra Fría fue el actor devenido presidente del imperio, Ronald Reagan, quien, según se ha sabido después, montó todo el tinglado que se conoció como la guerra de las galaxias (Iniciativa de Defensa Estratégica) en 1983, que solo existió en la mente de sus creadores pero que logró amilanar a la URSS.

Una vez Gorbachov culminó su tarea, es decir echar al piso el Muro de Berlín y disolver la URSS, Estados Unidos aplicó a los derrotados la consigna de tierra arrasada, al peor estilo de la Roma imperial, Carthago delenda est. Sobre las ruinas del país de los soviets se solazaron los monopolios estadounidenses que entraron en tratos con la oligarquía rusa para repartirse lo que quedaba de la acumulación socialista edificada a lo largo de medio siglo. Los buitres especuladores del mundo que contaron con el beneplácito del gobierno de George Bush (padre) saquearon cuanto pudieron, quedándose con las empresas que fueron insignias de la URSS.

A lo que se sabe, parte del acuerdo para la disolución de la URSS estableció lo que hoy es el punto de choque en Ucrania: Que esta parte de la URSS se convertiría en república independiente, que Rusia retiraría de allí las armas atómicas y la flota militar (salvo del puerto de Crimea), y que por su parte Estados Unidos se comprometía a que, para mantener esta especie de zona neutra, desmilitarizada, Ucrania no se le incorporaría a la OTAN. El final de Gorbachov en la opereta que protagonizó con Reagan es haber afirmado que nunca se acordó nada sobre Ucrania.

Como es sabido, la continua expansión de la OTAN hacia el oriente llegó al punto del incumplimiento sobre la exclusión de Ucrania lo que precipitó la guerra por el país entre Rusia y Estados Unidos. Henry Kissinger, importantísimo hacedor de la política exterior de la Casa Blanca, en reciente entrevista a The Economist (2023b) manifestó su inconformidad con los sucesos que terminaron en la invasión por parte de Rusia, empezando por el anuncio de la ampliación de la OTAN y el acelerado armamentismo de Ucrania, advirtiendo que una vez finalizada la guerra este país será un nuevo problema pues será el más armado y experimentado en la guerra de Europa.

El nuevo escenario: el ascenso de la República Popular China

En octubre de 1949 Mao logró la toma del poder luego de unos treinta años de lucha contra el imperialismo cuya última materialización en China fue Estados Unidos. Las condiciones de atraso y dependencia hacían suponer que de esa masa de tierra (casi diez millones de kilómetros) y de hombres surgirían decenas de países como ocurrió al hundirse el imperio Austrohúngaro, el español, o el Otomano o el Mogol.

Así que la primer gran hazaña de Mao fue mantener la unidad nacional y no renunciar a la soberanía sobre los territorios de Tíbet, Hong Kong y Taiwán. Se iniciaba así la construcción del socialismo bajo la guía de un documento de valía imponderable, Las Diez Grandes Relaciones, cuyo desarrollo estuvo en buena medida en manos de otro titán de la época, Chou En-lai, como lo comprueban los densos textos de política económica que se recogen en los dos volúmenes de sus obras selectas.

En octubre de 1971 Mao logró que la ONU reconociera oficialmente a la República Popular China y que Taiwán −al igual que Hong Kong y Tíbet− pasara ser identificada como lo que es, una provincia del país. El reconocimiento de China y la visita de Nixon en 1972 fueron resultado del pulso por la supremacía mundial pues Washington veía el crecimiento del poderío de la Unión Soviética como consecuencia de su política socialimperialista. Por tanto, para Estados Unidos era necesario contar con un aliado para enfrentar la nueva fase de la Guerra Fría y nada mejor que acercarse a China que tenía las discusiones ideológicas en torno al carácter falsamente socialista de la URSS y a su expresión en la política exterior, que se materializó en el cerco a China a través de India y de parte de los partidos que disputaban el poder en la península indochina además de los alcances mundiales de la avanzada soviética en África y Latinoamérica.

Por circunstancias que Marcelo Torres (2006) sintetizó en el discurso a propósito de los treinta años de la muerte de Mao Tsé-tung, la tarea del fundador de la República Popular China quedó trunca y con su muerte se dio paso a la paulatina instauración de un capitalismo de Estado cuyo punto de viraje incontestable fue la llegada de Teng Siao-ping al poder en el año 1979. A diferencia de lo que ocurrió en la URSS en China no es dado hablar de una restauración del capitalismo pues antes de iniciar la construcción del socialismo lo que primaba en el país era el modelo que Mao definió como semifeudal.

La acumulación socialista −es decir, el desarrollo guiado por el socialismo− tiene su expresión en el mejoramiento de las condiciones productivas de todo el país, no de unos sectores a costa de otros, ni de unas regiones a costa de otras, ni de unos pocos individuos a costa de los demás. Eso explica la aparente lentitud con la que ocurre el salto adelante, a lo cual hay que sumarle la oposición del entorno, capitalismo, que opera como otro lastre para la acumulación.

En cambio, la acumulación capitalista ocurre de manera opuesta, en unos sectores a costa de los otros, en unas regiones a costa de las otras y, sobre todo, en manos de unos pocos a costa de muchos, es decir, desde el punto de vista macroeconómico la velocidad de acumulación es mayor. Cuando a esto se le suma un entorno favorable, es decir, un mundo en que predominan las ideas capitalistas, la velocidad es mayor, como lo muestran los ejemplos de los países que tomaron esa senda en el siglo XIX, particularmente Estados Unidos, Alemania y Japón. Más notorio es el caso de los países capitalistas nuevos como los del sudeste asiático.

Esta diferencia de velocidades derivada de sus propios procesos fue la que se observó en China antes y después de 1979. Evidentemente pareciera que la velocidad de desarrollo de la acumulación capitalista es mayor, pero lo es por las razones anotadas, una de cuyas expresiones es, por ejemplo, el número de billonarios que hay en un país o de grandes empresas o de las megalópolis. A ello ha de sumársele que la acumulación capitalista de las dos últimas décadas del siglo XX en China expropió y sumó a sus haberes −al igual de lo que ocurrió en Rusia luego de la desintegración de la URSS−, la riqueza social acumulada en la etapa anterior.

Es decir, en las dos últimas décadas del siglo pasado se operó un trasvase de la riqueza social acumulada durante los años del gobierno maoista hacia las manos de una reducida oligarquía que transformó la economía de un modelo de construcción del socialismo en uno hacia la construcción del capitalismo. Con ese punto de arranque (que podría interpretarse como una muy veloz acumulación originaria capitalista gracias al saqueo de los bienes públicos), la burguesía china pronto pudo lanzarse a la arena mundial.

De esta manera China ha venido acercándose aceleradamente a Estados Unidos en los principales indicadores macroeconómicos, siendo uno de los mojones su incorporación a la Organización Mundial del Comercio, OMC, en el 2001. Con los grandes excedentes que le produjo enfrentar la competencia mundial con unos salarios de apenas una pequeña fracción de lo pagado por sus competidores de Occidente, avanzados o atrasados, muy pronto la economía China alcanzó a la estadounidense en varios aspectos como el PIB, la participación en el comercio mundial (de lejos la mayor economía exportadora del planeta), la producción de materias básicas para la industria y la misma industria a través del proyecto Hecho en China que tiene como uno de sus horizontes temporales el año 2025.

En diez años, y aprovechando que la Crisis de 2008 afectó muy poco a su economía, China empezó a extender sus redes a la región más próxima, el Asia suroriental y suroccidental, con la notable excepción de la India, país al cual pareciera ir cercando a través de inversiones en sus vecinos, Pakistán y Bangladesh. Esta expansión está relacionada con la llamada Franja y Ruta de la Seda, cuyos caminos se extienden a la región sur del continente vía marítima y hacia el occidente, a las repúblicas que formaban la URSS, a través de un imponente sistema ferroviario.

La financiación de la infraestructura y de la inversión que esta política exige se está logrando a través de la creación de un banco de fomento y de una especie de fondo monetario regional, financiados en buena medida por China.

El punto político que interesa subrayar ante los actuales acontecimientos es el restablecimiento de las relaciones entre China y Estados Unidos en 1972 y la firma del Comunicado de Shanghái en el cual se estableció la existencia de una nación con dos sistemas para hacer referencia a Taiwán, que se reconoció como parte de China. Expresamente en el Comunicado de Shanghái se anotó:

“Ni una parte ni otra debe pretender alcanzar la hegemonía en la región asiática del Pacífico y ambas se oponen a los empeños de cualquier otro país o grupo de países por establecer dicha hegemonía”.

“La parte de Estados Unidos declara: Estados Unidos reconoce que todos los chinos de un lado y otro del estrecho de Taiwán afirman que no hay más que una China y que Taiwán forma parte de ella. El gobierno de Estados Unidos no discute esta postura. Reafirma su interés en un acuerdo pacífico sobre la cuestión de Taiwán llevado a cabo por los propios chinos. Teniendo en cuenta esta perspectiva, ratifica el objetivo final de la retirada de todas las fuerzas e instalaciones militares estadounidenses de Taiwán. Mientras tanto, irá reduciendo las fuerzas e instalaciones militares de Taiwán a medida que disminuya la tensión en la zona” (Kissinger, 2011:591).

Hoy la dinámica está puesta sobre la mesa: Estados Unidos, repitiendo el guion usado con Rusia, está desconociendo lo acordado sobre Taiwán buscando la evidente reacción de China ante el atropello. En la perspectiva de Kissinger (2011 y The Economist, 2023b) la expansión China no tiene el carácter confrontacional de otras potencias en la historia y por sobre todo evita a toda costa en esta etapa de su desenvolvimiento enfrentarse a Estados Unidos. Por ello por ejemplo dejó de hacer propaganda al proyecto industrial China 2025. Pero otra cosa piensan los Halcones de Estados Unidos, dispuestos a llevar al mundo hasta una guerra planetaria.

Pero antes de concluir ese aspecto es necesario mostrar algunas cifras para corroborar las hipótesis de este documento.

Del orden unipolar estadounidense al orden tripolar. Daniel López Rodríguez  | Posmodernia

Los datos del proceso

Para el análisis comparativo se tomaron los datos de Estados Unidos, China, Alemania y Rusia, a ser posible en el período comprendido en el último medio siglo. Se ha tratado de usar la misma fuente. La escogencia de Alemania obedece al hecho de que dada la larga longitud temporal como se conformó la Unión Europea es más indicativo tomar al país que ha actuado como locomotora del proceso que intentar consolidar datos de los principales países de Europa occidental. La información sobre Rusia ofrece la dificultad de que en las fuentes usadas se equipara a la Unión Soviética con la Federación Rusa, situación similar a lo que ocurre con las dos alemanias anteriores a 1989. Por último, los datos de China son los más incompletos por las reservas de Pekín en su difusión.

La medida más general sobre el cambio en la configuración de las fuerzas económicas mundiales es a través del PIB: El panel A de la gráfica 1 muestra su valor en precios nominales y el B a través del poder adquisitivo del dólar (PPA), caso en el cual China sobrepasó a Estados Unidos desde mediados de la década pasada.

Gráfica 1. PIB países de referencia

Gráfica 1

Pero el PIB per cápita de Estados Unidos es notoriamente más alto que de los otros países de referencia (gráfica 2), aunque es de los más bajos entre los países avanzados, y la velocidad de crecimiento es mucho mayor en China.

Gráfica 2. PIB per cápita 1950-2018

Gráfica 2

Nota: Cifras ajustadas por inflación y por las diferencias in el costo de vida entre países, a precios de 2011 en dólares. Fuente: Banco Mundial.

Como se observa en la gráfica 3, el PIB de Estados Unidos ha venido decayendo en su participación mundial en los últimos cuarenta años, que hoy ronda el 25% mientras que alcanzó a ser del 35%. Lo mismo ocurre en Alemania en tanto Rusia mantiene una muy baja participación comparativa, lo que contrasta con la acelerada y creciente participación de China.

Gráfica 3. Participación en el PIB total

Gráfica 3

Fuente: Banco Mundial.

Debe advertirse que ambas medidas del PIB son objeto de fuertes reparos sobre su capacidad de reflejar la realidad dado que, por ejemplo, la medición en dólares corrientes implica tomar una tasa de cambio, usualmente dada por decisiones políticas, máxime en China. Por su parte, el dólar en paridad adquisitiva (PPA) tiene la grave dificultad de cómo establecer el precio interno de los productos, dados factores de productividad o subsidios entre otras distorsiones para la comparación. No menos importante es la alteración que puede estar oculta al hacer las comparaciones sin tener en cuenta los términos de intercambio que operan en contra de los precios de un país atrasado (Kaplinsky, 2006).

No obstante, queda en pie la observación de la tendencia en largos períodos de tiempo que puede dar una imagen aproximada de lo que está ocurriendo en las economías comparadas: el debilitamiento de Estados Unidos, el fortalecimiento de China y el relativo estancamiento de Alemania y Rusia.

Ante estas dificultades se apela a usar mediciones específicas o generales. Entre las generales está la Comprehensive National Power, cuyo primer estudio extendido se hizo en China en la época de Teng Siao Ping, tomando como punto de arranque un trabajo elaborado por la CIA previamente (cfr. The Economist, 11 de mayo de 2023).

A manera de ejemplo puede consultarse una medición que incluye 23 economías asiáticas y Estados Unidos en 133 indicadores agrupados en ocho categorías (capacidad económica, militar, resiliencia, dotación de materias primas del futuro, relaciones económicas, redes de defensa, influencia diplomática e influencia cultural). Se muestra la evolución, y el dato más reciente indica que Estados Unidos ocupa el primer puesto con 80,7 puntos y China el segundo con 72,5, de cien posibles. Por ejemplo, Japón obtiene 100 puntos en cuanto a tecnología de punta. La gráfica 4 muestra el panorama para el último año disponible.

Gráfica 4. Comprehensive National Power

Gráfica 4

De otra parte, hay tasaciones más específicas. Así, una medida del retroceso de Estados Unidos es el peso de la industria en la economía. Desde mediados de la década del 50 empezó a tomar fuerza el proceso de desindustrialización de los países desarrollados dando pie a que Daniel Bell acuñara el término de sociedad posindustrial en la década siguiente. El punto inicial fue el predominio de las actividades no manuales en la economía, lo cual no significaba necesariamente la desaparición de las industrias sino su mayor automatización. Luego a mediados de los años 60 empezó a tomar impulso el sistema de maquilas entre Estados Unidos y México. Por último, las cadenas globales de suministro fueron cambiando el panorama de las manufacturas, llevando al desplazamiento de parte significativa de la producción y ensamblaje a países con bajos salarios mientras en Estados Unidos se fortalecía el sector de los servicios, en una gama muy amplia que cobija ingenieros de diseño, agentes financieros, servicios de internet, comercio mayorista y minorista, entre otros.

Los resultados pueden verse desde varias perspectivas. La gráfica 5 muestra el valor agregado por el sector manufacturero. Obsérvese que la información, aunque incompleta muestra que China lleva la delantera, pero va decayendo paulatinamente en tanto que Alemania mantiene cierta estabilidad mientras que la participación en Estados Unidos y Rusia es casi la mitad de la alemana.

Gráfica 5. Valor agregado por sector manufacturero como % del PIB

Gráfica 5

Nota: Manufactura hace referencia a las industrias comprendidas en las divisiones 15 a 37 de la clasificación ISIC. Fuente: Banco Mundial

De acuerdo con la diferencia entre manufactura e industria, la gráfica 106 muestra el valor agregado por la industria. En este punto China ofrece la mayor participación mientras que en Rusia y Estados Unidos decae y Alemania se mantiene.

Gráfica 6. Valor agregado por la industria como porcentaje del PIB.

Gráfica 6

Nota: Industria corresponde a las divisiones 10 a 15 de la clasificaciòn ISIC. Fuente: Banco Mundial.

No obstante debe hacerse una precisión cuyo desarrollo desborda los alcances de este documento: El hecho de que en las cadenas globales de suministros (CGS) la tendencia sea a una decreciente participación de Estados Unidos no se traduce en que las cadenas globales de valor tengan la misma dinámica pues el diseño de un producto y su mercadeo final (que están al principio y al final de la CGS) absorben parte muy importante de la ganancia total a costa de la que le queda a los productores y ensambladores de las piezas.

Como es de suponer, la fortaleza de la producción está asociada a la inversión. Se obseva en la gráfica 7 una tendencia ascendente de este indicador en China mientras que en Estados Unidos y Alemania se ha mantenido estable en las últimas décadas al igual que en Rusia pero en este país hubo una fuerte caída con la disolución de la URSS.

Gráfica 7. Inversión de capital como % del PIB

Gráfica 7

Fuente: Banco Mundial.

La caída de la inversión está relacionada con el ahorro interno y con la inversión extranjera. De momento obsérvese lo que ocurre con el ahorro en la gráfica 8. Es evidente que en los países de referencia el más bajo está en Estados Unidos mientras que el chino es notoriamente más alto. La gráfica espejo sería de consumo, que mostraría unas líneas inversas.

Gráfica 8. Ahorro como % del PIB

Gráfica 8

Nota: Ahorro bruto calculado como ingreso nacional bruto menos consumo más transferencia netas. Fuente: Banco Mundial

Es de anotar que la desindustrialización no es un problema considerado aisladamente pero cuando se analiza en el contexto de los encadenamientos con otros sectores dentro del país y la marcha del comercio exterior, aparece de bulto la dificultad. El ejemplo notorio hoy es el de la producción de microprocesadores. A raíz de la consolidación de las CGS, para ahorrar costos salariales Estados Unidos fue desplazando buena parte de la producción a Taiwán y Corea del Sur, al punto de que actualmente son los dos lugares de fabricación más importantes mientras que Estados Unidos ocupa el tercer puesto y no alcanza a abastecerse.

La cuarentena por el cóvid-19, los problemas de los contenedores en los dos años siguientes, la guerra por Ucrania y las tensiones actuales entre China y Estados Unidos por Taiwán muestran el costo del desplazamiento. Pero a lo anterior debe sumarse que alrededor de la fabricación de los microprocesadores hay unos encadenamientos como los centros de investigación, las redes de fibra óptica, las fábricas mismas, que tienen un retraso de años frente a sus competidores. De ahí que se haya elevado a un problema de seguridad nacional y el gobierno Biden haya destinado una gigantesca suma de dinero para intentar cerrar la brecha.

En general hay que recordar las muchas teorías que hablan sobre el papel dinamizador de la industria en el conjunto de la economía, enseñanza que se echó al olvido por cuenta de la carrera por conseguir salarios más bajos fuera de las fronteras de las potencias, cuyo resultado empieza a pagarse.

En cuanto al comercio mundial, la participación de Estados Unidos nunca ha sido alta en proporción a su PIB dado el gigantesco tamaño de su geografía que le garantiza una alta autarquía, pero aun así hay un creciente déficit comercial, iniciado hace unas cuatro décadas. La gráfica 9 muestra el grado de apertura comercial (exportaciones más importaciones) que pone de presente cómo Estados Unidos es relativamente autárquico mientras China tuvo un auge durante dos décadas posteriores a 1990 para decaer hacia 2005. Por su parte Alemania es crecientemente más abierta, y Rusia luego del auge ocasionado por la desintegración de la URSS también decae.

Gráfica 9. Apertura comercial (exportaciones más importaciones) como % del PIB.

Gráfica 9

Fuente: Banco Mundial.

El resultado de la apertura comercial se observa en la gráfica 10 que muestra la balanza comercial y que exhibe uno de los problemas económicos de Estados Unidos, el permanente déficit comercial en el último medio siglo, mientras los otros tres países de referencia muestran superávit, que se traduce en la acumulación de divisas por este resultado.

Gráfica 10. Balanza comercial como % del PIB

Gráfica 10

Fuente: Banco Mundial.

En concordancia con la dinámica que se desprende de la producción y su inserción comercial, el papel de Estados Unidos en las exportaciones mundiales es decreciente como se observa en la gráfica 11, mientras China ocupa el espacio dejado, pues Alemania y Rusia mantienen su participación.

Gráfica 11. Porcentaje de las exportaciones mundiales

Gráfica 2

Fuente: Banco Mundial.

A pesar del significado negativo general que tiene la desindustrialización y la caída del comercio exterior para Estados Unidos, bien podría argumentarse que sus ganancias provienen de la inversión de capital en el resto del mundo con lo cual los billonarios gringos se apropian de parte de la plusvalía creada por el planeta. Sobre esto no hay duda. No obstante, la observación de la gráfica 12 agrega otros datos: La cuenta corriente (la diferencia entre ingresos y egresos de dólares al país) es crecientemente negativa, lo cual obliga a que el país se endeude para seguir manteniendo la economía a flote.

Para comprender lo que muestra la gráfica es necesario recordar que esta balanza está conformada por dos subcuentas: la entrada y salida de dólares por el comercio exterior (que, queda anotado, para Estados Unidos es crecientemente deficitaria). La otra subcuenta, la de capitales indica la diferencia entre las entradas y salidas de capital para inversión y la entrada y salida de ganancias. El resultado es el balance neto de inversiones. Lo que muestran los datos Atkeson, Heathcote, y Perri (2022) es que también es crecientemente negativo, al igual que los de Alfaro, y Vietor (2021).

La interpretación de esta tendencia es motivo de discusión, pero pone de presente que Estados Unidos está desahorrando en varios aspectos, aunque el dato puede estar mal calibrado pues la evasión tributaria interna y la fuga de capitales hacia los paraísos fiscales podrían cambiar los resultados. La metodología internacional para el cálculo de la inversión extranjera directa sugiere que el país que se registra como origen de la inversión es aquel desde donde se giraron los recursos (Fondo Monetario Internacional, 1993). Esta particularidad en la compilación de las estadísticas limita su uso dado que no se conoce la residencia de la empresa que realiza la inversión., Aun así, lo que se debe tener en mente es la tendencia al aumento del déficit total.

Gráfica 12. Balanza en cuenta corriente, miles de millones de USD.

Gráfica 12

Fuente: Banco Mundial.

El creciente déficit en cuenta corriente trae una consecuencia −ampliamente conocida en América Latina−, el mayor el peso de la deuda externa, cuyo monto supera en Estados Unidos el 125% del PIB, que, aunque no es alta proporcionalmente (la de Japón es del 220% del PIB), sí lo es por su magnitud, un 20% de la deuda del planeta. Mientras tanto, como se observa en la gráfica 13, los países de referencia presentan niveles inferiores al 100% y antes de la pandemia la tendencia era a disminuir, salvo en el caso de Estados Unidos y China.

Gráfica 13. Deuda pública como porcentaje del PIB

Gráfica 13

Nota: El púrpura corresponde a la zona euro. Fuente: FMI.

Finalmente, hay otra serie de indicadores que muestran el estado calamitoso de la economía de la superpotencia: los problemas de la avejentada infraestructura, el debilitamiento general de la educación, la creciente ruptura social, la disminución en su casi dominio absoluto en la producción de patentes y de avances tecnológicos de punta, y sobre algunos se presentan datos en los paneles de la gráfica 14.

Gráfica 14. Otras comparaciones

Gráfica 14

Frente al panorama de pérdida de importancia que reflejan los datos anotados debe verse otra cara de la moneda: En lo que sí mantiene Estados Unidos una ventaja absoluta, bien lejos del resto del mundo, es en capacidad militar expresada en el gasto público anual, la inversión en investigación, el número y letalidad de las principales armas de una guerra convencional o atómica. Suele recordarse que China duplicaba el PIB del Reino Unido en la época de las guerras del opio o que aun sin terminar la guerra por Ucrania ya hay un resultado: con un comparativamente muy bajo gasto por Estados Unidos logró poner en graves aprietos a Rusia.

Tampoco se puede pasar por alto el alto grado de productividad que tiene la economía estadunidense, bien por encima de la de China (gráfica 15), que se traduce en otro hecho económico, el saqueo que padece China por la vía del comercio exterior a manos de las potencias con las que negocia, Estados Unidos y Alemania en particular, teniendo en cuenta el tiempo de trabajo incorporado en las mercancías. Entre mayor tiempo incorpore cada unidad producida en comparación con el empleado en el país competidor, mayor el grado de transferencia de riqueza de China hacia las potencias.

Por las diferencias salariales y de productividad, para el año 2020 cada hora de trabajo incorporada en una mercancía cualquiera en Estados Unidos equivalía a siete horas en China. Es decir, el valor condensado en cualquier mercancía China era siete horas por cada hora que recibe de Estados Unidos (Long, Feng, y Herrera, 2020). Por esa razón Marx afirmó que el comercio exterior es la forma de extraer la plusvalía entre países.

Gráfica 15. Productividad: producción por hora trabajada

Gráfica 15

Nota: Productividad medida como Producto Nacional Bruto por hora de trabajo. Las cifras están ajustadas por inflación
y por las diferencias de costo de vida entre países. Fuente: Banco Mundial

De otra parte está el rol del dólar en la economía mundial. Su papel privilegiado derivado de la fortaleza del emisor no será fácil y rápidamente desplazado por el yuan u otra moneda pues ante todo parte importante de las reservas de la misma China están en dólares. No se trata solo de cambiar la moneda usada para el comercio mundial sino qué hacer con los depósitos en dólares. La velocidad de sustitución corre aparejada a la de la conformación de nuevos bloques comerciales aislados, liderados en un lado por Estados Unidos y en el otro por China, país este que ha venido dando importantes pasos para constituir su propia área monetaria.

Un significativo paso adelante vino por cuenta indirecta de los mismos Estados Unidos al convertirse en uno de los mayores productores de petróleo del mundo. Con ello bajaron las compras a los países árabes, en particular a Arabia Saudita que cumplía varias funciones: garantizar los suministros a Estados Unidos, usar los dólares excedentes para comprarle armas y el resto para atesorarlos adquiriendo papeles de deuda estadounidenses (Perkins, 2009). Pues bien, ahora este negocio redondo cayó por el frackin y China está desplazando aceleradamente a Estados Unidos en la compra del aceite y los pagos se están negociando en yuanes, usados por Arabia Saudita para comprar mercancías chinas.

A manera de conclusión: Las tendencias a mediano plazo

Los datos ponen de presente tres hechos incontrastables a lo largo de los cincuenta años posteriores a la finalización de la Edad de Oro del capitalismo que Maddison (1991) fija para mediados de los años 1970 y que desde el punto de vista económico están marcados por la crisis petrolera y el acelerado abandono de las políticas keynesianas en buena parte del mundo capitalista. Los tres hechos son el declive de Estados Unidos, el estancamiento de Rusia (desde las décadas finales de la Unión Soviética y luego como Federación Rusa) y el ascenso de China.

Así las cosas, lo primero sobre lo que vale la pena llamar la atención es sobre si era o no inevitable la confrontación de la Casa Blanca con el Kremlin por Ucrania, es decir si era necesaria la expansión de la OTAN hasta las puertas de Rusia para contrarrestar algún peligro inminente. La hipótesis de este documento es que no era necesario. Los datos permiten afirmar que poco a poco Rusia venía perdiendo importancia económica, que es lo que determina a largo plazo las posibilidades geopolíticas, y que por tanto no significaba un riesgo para la presencia de Estados Unidos en Europa central y oriental.

El fortalecimiento de Alemania, y con ello el eventual fortalecimiento de la Unión Europea como contrapeso al poderío estadounidense no se alteraría haciendo romper los lazos Berlín-Moscú. Como se observa en los quince meses de la guerra en territorio de Ucrania, exactamente lo que está ocurriendo es el mayor fortalecimiento de Alemania que ahora sin la presencia del Reino Unido en la Unión Europea y con una fuerte carrera armamentista, puede disponer de mejor manera de los excedentes a costa de la Europa oriental y del sur.

En cambio, el mundo unipolar estadounidense sí se ve fuertemente amenazado, desde comienzos de este siglo, por el ascenso incontenible de China. Así las cosas, ante el temor de Washington de perder su supremacía y busca evitarlo desde ya, el blanco sería China para lo cual hubiera sido de gran utilidad contar con Rusia. La vía de China a Europa es trasmontando los Urales para llegar desde Chongqing al gran nodo de Duisburgo en Alemania. Pareciera, en retrospectiva, que Washington pocas veces ha calado en las profundas y viejas diferencias entre Pekín y Moscú, a pesar de que Kissinger (The Economist, 2023b), insista en que nunca ha sabido de un chino que hable bien de Rusia ni de un ruso que hable bien de China.

Pero, ya en curso la guerra en el Mar Negro, Washington pareciera descubrir ahora sí que su contrincante real es China y enfila baterías para el punto candente de la región, Taiwán, desconociendo de nuevo los acuerdos, en Ucrania rompiendo la promesa de no extender la OTAN y con China el Comunicado de Shanghái. Por lo demás, la elemental lógica militar sugiere que no es buena idea tener dos frentes de guerra, menos tratándose de lo que está en el escenario: Rusia solo accesible a través de Europa y China al otro lado del planeta.

El panorama no puede ser más apocalíptico: los estrategas afirman que Rusia antes de perder la guerra es de temer que recurra al uso de armas atómicas tácticas. Más allá de la posibilidad de que ocurra, esos mismos estrategas pueden llegar a una nueva conclusión: Washington sumido en dos frentes de guerra solo puede resolver la disputa recurriendo a armas atómicas estratégicas.

Finalmente China: Es inobjetable su acelerado auge en todos los aspectos, por ejemplo los referidos en la medición de la gráfica 4 sobre Comprehensive National Power. Pero hay al menos tres aspectos a considerar que permiten concluir que no hay un riesgo inminente para el mundo unipolar impuesto por Estados Unidos: En primer lugar, a pesar del acelerado desenvolvimiento chino no puede perderse de vista la gran distancia aún existente en casi todos los campos entre la potencia dominante y China, lo que se traduce en que el predominio estadounidense se extenderá al menos una generación y se hará realidad la afirmación de Mao de que China alcanzaría a Estados Unidos un siglo después de la creación de la República Popular.

En segundo lugar, la forma como usualmente se ha desarrollado China a lo largo de los siglos, básicamente apelando a su mercado interno y evitando la confrontación con sus vecinos. El recuento de esta historia no hace parte de este documento, pero baste por el momento con recordar las muchas etapas de encerramiento voluntario en los últimos mil años, aún en momentos de gran florecimiento económico como alcanzó a percibirlo hasta Adam Smith en su obra de 1776. Eso suponiendo que el régimen burgués hoy en el gobierno de ese poderoso capitalismo de Estado se mantenga.

Finalmente, sin apelar a supuestos apocalípticos, el actual modelo de crecimiento planetario no permite suponer que dentro de una generación −tiempo que en la hipótesis de este documento empleará China para alcanzar a Estados Unidos− el modelo económico y político sea el mismo.

uso

* Agradezco a Marcelo Torres Benavides por las jornadas que dedicó a discutir conmigo aspectos de esta investigación.

Referencias

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Bulmer-Thomas, V. (2018). Empire in retreat. USA: Yale University Press.
Gandásegui, M. (coor). (2017). Estados Unidos y la nueva correlación de fuerzas internacional. México, D. F.: Siglo Veintiuno Editores-CLACSO.
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Long, Zhiming; Feng, Zhixuan y Herrera, Rémi. (2020). US – China trade war. Monthly Review, oct.
Maddison, A. (1991). Business cycles, long waves and phases of capitalist development. (Abbreviated version of chapter 4 of A. Maddison, Dynamic Forces in Capitalist Development, Oxford University Press.
Perkins, John (2009). Historia secreta del imperio americano. Barcelona: Ediciones Urano.
The Economist (2023a). The lessons from America’s astonishing economic record. 17 de abril.
The Economist (2023b). A conversation with Henry Kissinger. 17 de mayo.
Torres, M. (2006). En el 30 aniversario de la muerte del presidente Mao Tsetung. Sin publicar.
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