Razón, mito y deseo. Adquirir la lógica –dialéctica- y liberar el placer.

Por: Mauricio Vargas González.

Cuando el mono empezó a transformarse en hombre mediante el trabajo -La transformación de la materia para satisfacer sus necesidades- empezó este a representarse el mundo. Símbolos y toda clase de hallazgos arqueológicos nos permiten observar como pensaba el hombre en los albores de nuestra especie: seres fantásticos, magia, relatos imposibles.

El hombre se identificaba con su entorno, con los fenómenos naturales y en general con el universo, se atribuía almas de animales, de árboles, le asignaba a las cosas la propiedad del sujeto –consciencia, pensamiento, voluntad-. Los procesos naturales como el crecimiento de las plantas eran representados mediante dioses con personalidad y finalidad propia. Era un mundo donde no teníamos el control, los Dioses lo eran todo…

Cuando el hombre declaró en la Edad Clásica que el Ser es, marcó un hito dentro de la aventura del pensamiento humano. Lo fundamental es que el hombre por primera vez supo separar la idea del objeto antes confundidas en el tótem. Esta invención de la lógica –aristotélica- mediante el uso de silogismos, juicios, afirmaciones y negaciones y el descubrimiento del ‘ser absoluto’ platónico constituyen nada menos que la fundación de la razón.

Una lógica que sirve para distinguir, delimitar y relacionar los objetos, formas, cualidades, sustancias. Una herramienta muy útil por cierto para el que el señor esclavista pudiera administrar sus negocios, esclavos y recursos sin tener que estar presente en la inmediatez del tiempo o en el espacio de sus dominios.

La lógica representa el inicio de toda civilización, toda vez que permite despejar el camino… para escapar del sacrificio sagrado, de los chivos expiatorios, del dogma, de toda falsedad. Rompe con la satisfacción de la inmediatez –sensualismo, existencialismo -o de las trascendencia –teología- para exigirle a la mente el reto del pensar, de la reflexión, la metáfora, pero también del plan, de la posibilidad, de la acción, de la transformación, del futuro ‘auto-generado’ –lo diametralmente opuesto al destino- Es decir, más que nada, la lógica invita a la negación…

El mito es identificación, es el hombre absorto por la complejidad que se ve reflejado en todos los objetos. Es la necesidad de crear orden en medio del caos… El animismo es pensar que la realidad objetiva tiene alma - como la del humano, si es que este efectivamente tiene un alma- y el irracionalismo de las élites y de los movimientos reaccionarios tienen siempre un componente pre-moderno, una amarga recordación que allí donde se desenvuelven estas expresiones, la modernidad no ha podido despuntar, de que aún subsisten rezagos feudales y que hay una dependencia malsana o bien, regresiones paradójicas del capitalismo tardío: miseria, ignorancia y “tercermundismo” en las entrañas de las urbes industrializadas.

En la Grecia antigua hubo un filósofo apodado ‘el oscuro’, dadas sus espesas reflexiones, planteaba metáforas que sometían a gran prueba la paciencia de sus contemporáneos. Heráclito de Éfeso tomó el fuego como el elemento –natural- fundamental para expresar la esencia de las cosas: la transformación, la transmutación, la transmigración, la alquimia como contraposición a lo estático, a lo quieto, a lo sólido. Nadie se baña dos veces en el mismo río, sentenció.

Fue en la civilización griega donde se expresó de por primera vez de manera racional la oposición fundamental del pensamiento humano: la metafísica vs la dialéctica. El pensamiento que se ha encerrado en sí mismo (las ideas absolutas) frente al pensamiento que piensa el devenir –de lo real-.. El pensamiento de lo absoluto y lo inmóvil –Dios- al pensamiento de lo relativo y móvil –lo concreto-. Es un pensamiento progresivo.

No puede haber conocimiento separado de las fuerzas productivas: El conocimiento se produce en el marco de un sistema de producción donde se buscan satisfacer unas necesidades reales, prácticas de la supervivencia de la especie. Es decir, este no nace de un punto arbitrario en el firmamento, sino que parte de las muy inmediatas, vulgares y terrenales realidades de los hombres.

El conocimiento está íntimamente relacionado con la práctica del sujeto, con la acción, con los hechos, y a su vez, con el sistema social en el cual es producido: La fuente del conocimiento es necesariamente la realidad objetiva. Así mismo los avances tecnológicos y científicos, es decir, la capacidad de conocer, manipular y dominar la materia, también transforma la capacidad de pensar y aprehender el mundo.
Tenemos pues que las ideas son mediadoras entre el sujeto y el objeto. Cuando hablamos de teoría científica, esta mediación adquiere un carácter de efectividad tal, que le otorgan al ‘reflejo’ la categoría de teoría, ya que esta da poder, esta da la “magia” de producir cambios de acuerdo a la voluntad… Hablamos pues de un conocimiento que en sus inicios fue magia subjetiva, luego fue lógica, en la actualidad el conocimiento ha alcanzado el rango de método: Profundidad y dominio sobre la materia objetiva.

Pero hay que hacer la claridad, bajo la aparente neutralidad de los hechos crudos –sin reflexión o sentido- del positivismo y de la ciencia actual, se esconde el culto primitivo y mítico a la inmediatez: La certeza que solo lo inmediato es verdad, las cosas son como son… Es el regreso al Ser es –de los antiguos griegos- en términos filosóficos. Es una paradoja que el método –científico- sea hoy incapaz de elevarse al rango de filosofía –materialismo dialéctica-. La gran burguesía nos piensa para producir, no para pensar. Los científicos se suponen, deberían ser a nivel ideológico los mayores agitadores del cambio social. Pero los científicos se hayan proletarizados por el capitalismo, ‘tecnificados’, cercados en el estrecho marco de su especialización, al margen de cualquier cuestionamiento social.

La ideología de nuestra sociedad globalizada sigue siendo pre-moderna. Sigue naturalizando el comportamiento de la sociedad: La mano invisible del mercado, el gen egoísta. Sigue considerando que las cosas dadas –la inmediatez o la inmanencia- son inmutables, cíclicas y repetitivas como las estaciones del clima –aunque esa condición cambió con el Antropoceno-

Si pudiera elegir una metáfora de la cultura popular para expresar esta ignorancia posmoderna, la mejor sería la de la película de ciencia ficción: El hombre ha conquistado galaxias lejanas, ha llegado a lugares exóticos, ha dominado todo tipo de técnicas, máquinas y armas, ha conseguido la fórmula de la eterna juventud y se las ha ingeniado para viajar por el tiempo, pero ¡aún vive bajo el capitalismo! Finalmente, es más fácil la autodestrucción, dinamitar el planeta tierra a que la humanidad cambie el capitalismo por otra cosa distinta. En esto los nuevos mandarines del mundo libre o césares del gran capital no ceden una pulgada – o debería decir: un centavo-.

Es una paradójica calamidad que la razón posmoderna haya derivado en mitología. Vivimos en un estancamiento secular, no solo en lo económico, sino en lo existencial. Vivimos en el reino de la necesidad nuevamente, aun cuando podemos ir a la Luna o podemos dividir un átomo, ni los gobiernos, ni los Estados Nacionales, ni nadie puede salvarnos de la fatalidad –neoliberal-. El nihilismo aparece entonces como una expresión de agotamiento, el cansancio de una cultura que no tiene una vía de escape, reducida a representar lo existente, a una reproducción y afirmación perpetua del status-quo. Un placer y un deseo volcado hacia sí mismo, reducido a la autosatisfacción entrópica.

Sobre el deseo, podemos decir que uno de los logros de nuestra civilización tardía, de Freud en adelante, es saber que es él precisamente quien determina en un nivel básico y fundamental los movimientos, las actitudes y en general, “el hacia donde” de nuestra ruta vital. En el deseo se materializan una serie de imágenes colectivas, modelos y esquemas aprendidos y compartidos, impuestos o propios que impregnan al cuerpo social de dinámica, vida y movimiento. No es casualidad que los reyes y las administraciones públicas modernas hayan buscado controlar no solo la reproducción sino la imagen misma de la sexualidad. Y en el siglo XXI plataformas virtuales como Facebook, twitter e instagram etc, pasaron a convertirse en una infraestructura del deseo.

El hombre para sí, esa parece ser la inspiración más importante del mundo contemporáneo.

En el mundo posmoderno todo es líquido, puedes desear lo que quieras y para lograrlo solo necesitas dinero. Sin embargo sí cabría preguntarse si el capitalismo con la tecnología no está diluyendo esos resquicios de la consciencia, ese lago primigenio de cada individuo, o debería decir mejor, edificando, en una suerte de Taj Mahal o gulag de la necesidad global.

El deseo fue considerado sagrado y se erigieron todo tipo de ídolos en torno suyo: Ishtar y Lilith por ejemplo. Luego en la Edad Media y con una cosmovisión a mi juicio pequeño-burguesa y rural, se proscribió como algo del demonio, algo muy maligno que lleva a la muerte. En la moderna sociedad burguesa se estableció la represión como mecanismo fundamental para sublimar la energía sexual hacia la producción y la reproducción. Hoy con el capitalismo posmoderno, la cosa cambió, ahora es el hedonismo, es la oferta generalizada y el consumo como la vía para la felicidad, el nuevo nirvana teológico articulado sobre grandes superficies, sistemas de información, comunicaciones y mercancías de todo tipo. El deseo pasó de tener un sentido místico a un sentido práctico y ahora, prácticamente no tiene sentido.
Corresponde a las nuevas generaciones, a los jóvenes gravar sobre el deseo –y la sexualidad- un nuevo sentido, un nuevo propósito.

El llamado es a que retomemos los elementos de la lógica dialéctica –materialismo dialéctico- como la herramienta fundamental que tenemos quienes deseamos transformar la realidad.

A que liberemos al deseo de los estrechos límites burgueses del individualismo autocomplaciente y le demos a este un carácter diferente, uno cuya fuente del placer sea la satisfacción colectiva.

Finalmente es la juventud la que tiene que rescatar la razón, que recayó en mitología a manos de la gran burguesía, son los jóvenes los que tenemos que planear una nueva filosofía, nuevos valores, nuevas prácticas, nuevos conocimientos, renovar y reestructurar este viejo mundo que nos han legado nuestros padres y construir algo radicalmente nuevo, radicalmente diferente.

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