Una política industrial para Colombia

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Pascual Amézquita Zárate
PhD en Economía, profesor universitario.
En las condiciones de debilidad industrial de Colombia, la política de industrialización debe partir de la misma manera como se hizo en los países del Sudeste asiático, es decir, promoviendo sectores líderes, de punta, en la innovación, que serán protegidos tanto con aranceles como con subvenciones estatales. Curiosamente en la nueva versión de la industrialización propuesta por el FMI vuelve a aparecer el Estado como agente principal, sin que por supuesto haya una autocrítica por haber llevado a estos países al desmantelamiento del aparato estatal. Haciendo caso omiso de los errores y evidentemente reconociendo que en estos países la inversión privada no es suficiente como para crear la infraestructura necesaria para ser un buen eslabón en una cadena global de valor, la única opción es llamar de nuevo al Estado.

Uno de los puntos del programa de Gustavo Petro que está llamado a producir una profunda transformación en la economía colombiana es de la política industrial. Si hay algo que lograron hacer de manera acertada los países del Sudeste asiático que hoy descuellan en el escenario mundial fue haber puesto en marcha en la década de 1960 un plan de industrialización, para convertirse en potencias regionales a finales de los años 90, hasta llegar luego a ser, como en el caso de la República de Corea (Corea del Sur), una de las principales economías del mundo.

De manera más cercana a Colombia pueden citarse dos ejemplos en América Latina. El caso mexicano bajo el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) y el de Brasil bajo Juscelino Kubitschek (1956-1961). Ambos gobernantes durante sus periodos presidenciales lograron dar un vuelco sustancial a sus países gracias a una coherente política industrial que, si bien tuvo sus altibajos, logró grandes éxitos, todo lo cual permite extraer significativas enseñanzas para Colombia. No gratuitamente el programa de Kubitschek –“50 años de historia en 5 años de Gobierno”–, logró un significativo giro al país, construyendo Brasilia de la nada en menos de cinco años, entre otras hazañas. Es decir, dar un gran salto adelante en un quinquenio. Si algo faltó en ambos países fue haberle dado continuidad a la política de industrialización.

El camino seguido se conoce como el Modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). A pesar de contar con resultados prometedores en varios países a lo largo del planeta, en los años 80 en América Latina fue objeto de una feroz crítica. Al ISI se le adjudicaron los males habidos y por haber y se convenció a los gobernantes dar paso a la apertura económica con el supuesto de que de esa manera se lograría un gran desarrollo. Los resultados ponen de presente que se arrasó la poca industria que había, que nunca se logró alcanzar un desarrollo ni siquiera en el campo agrícola –países como México y Colombia vieron desaparecer buena parte de sus cultivos–, que las tasas de crecimiento se ralentizaron y que la distancia económica frente a los países desarrollados o de desarrollo medio se agrandaba.

Para analizar estos aspectos este documento se divide en las siguientes partes: primero se hará una síntesis sobre la importancia atribuida por la teoría económica a la industria como palanca del desarrollo, poniendo de presente las principales críticas que se han hecho al modelo ISI latinoamericano, para mostrar su incoherencia con los hechos. A continuación se hará una breve reseña de los avances industriales logrados por los países hoy desarrollados para finalmente analizar el estado actual de la discusión centrada en el papel de las maquilas y de las cadenas globales de valor, pues hay un notorio crecimiento de las publicaciones que le atribuyen a la industria un papel de primer orden en el desarrollo de los países.

El papel de la industria

Ante todo hay que quitarse de la cabeza la idea de que industria es igual a chimenea. Esa es la expresión de la industria del siglo 19 y buena parte del siglo 20 pero no puede asociarse lo uno con lo otro. Industria es cualquier proceso que transforma insumos y los convierte en productos útiles para el consumo. Cada etapa de la historia tiene su propia expresión de la industria: hoy por hoy la industria es la producción de artefactos muy sofisticados en los cuales los chips juegan papel importante, de manera que su producción y las manufacturas que los usan son la forma actual de la industria. Pero además hay otros sectores industriales, como, por ejemplo, el turístico, el de servicios, el financiero, que pueden jugar un papel determinante en el desarrollo de los países.

La importancia del desarrollo a través de la industria puede verse desde varios puntos. Ante todo, la industria se convierte en el sector que incorpora de manera más profunda los avances científicos y tecnológicos (Solow, 1956; Kaldor, 1974), a diferencia de otros sectores en los cuales se incorporan en menor medida y de manera muy lenta. Por ello la industria se convierte en motor que a su turno jalona el sector educativo, las investigaciones en ciencia y tecnología, la innovación, la creación de nuevos productos, nuevos procesos y nuevas tecnologías.

El sector industrial –en particular la industria de bienes de capital– además tiene como una de sus fortalezas ofrecer salarios más altos que otros sectores por cuanto exige mayor calificación de la mano de obra y, en la medida en que el salario depende de este punto, el resto de los salarios aumentarán. Con ello se logra otro efecto en la economía, el aumento de la capacidad de compra de la sociedad, es decir ayuda a aumentar el tamaño del mercado interno.

Otro punto que se pone de presente es que las materias primas que explota el país ya no serán exportadas en su forma cruda sino que tendrán transformación, es decir habrá mayor trabajo incorporado, y eso enriquece a la nación. El ejemplo del manejo de la industria petrolera en Noruega es un buen ejemplo, que si bien hoy en épocas de energías alternativas ya no aplica para ese producto, sí lo es para otros como el coltán.

Uno de los principales teóricos del desarrollo, Alfred Hirschman (1996), planteó que el crecimiento económico está asociado al grado de encadenamientos o enlaces que tenga el sector productivo líder con el resto de la economía. Desde esta perspectiva el sector industrial es el que mayor cantidad de enlaces puede generar pues, como queda anotado, emplea materias primas, que en la teoría se identifican como encadenamientos hacia atrás, y produce mercancías que jalonan un nuevo nivel de producción como es el caso, por ejemplo, cuando se producen chips –abriendo la posibilidad de fabricar productos que los usan, como los computadores o ese gran mundo productivo que se está abriendo, el internet de las cosas, la inteligencia artificial, la robótica, la computación en la nube o las energías limpias– y ello constituye encadenamientos hacia adelante.

Hirschman además destaca otro componente en los encadenamientos, el relacionado con el mundo laboral. Así, el desarrollo debe pasar por encontrar eslabonamientos que incorporen alta cantidad de trabajo.

Finalmente se habla de encadenamientos fiscales, definidos como el efecto que trae en los ingresos públicos la existencia de sectores productivos por el pago de impuestos, una de las razones que explica la alta tributación en relación con el PIB en los países desarrollados.

Estos argumentos teóricos se condensaron en cientos de documentos desde mediados del siglo pasado y sirvieron como punto de arranque para procesos como el de la República de Corea o los adelantados en América Latina en Argentina, Brasil, Colombia o México, y que, como queda notado, se conocieron con el nombre de modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones, ISI, o, como se ha venido denominando posteriormente, modelo de desarrollo guiado por el Estado, para subrayar que en la historia del capitalismo no hay proceso industrial exitoso que no haya contado con el apoyo del Estado.

Un recuento de esta historia muestra que desde los mismos inicios del capitalismo los países que fueron sobresaliendo fueron aquellos que adoptaron las políticas proteccionistas. Por allá en el siglo 17 en Inglaterra se inicia esta historia, que como bien lo subraya Chang (2003), hoy se quiere esconder o, para usar el símil de Federico List, los países desarrollados le dan la patada a la escalera por la cual ellos subieron para evitar que la usen los países atrasados de hoy.

El proteccionismo inglés fue copiado por otros países, en particular por Estados Unidos a través de la propuesta de Alexander Hamilton de defender la industria naciente, y más adelante por la Alemania de Bismarck, quien logró convertir a su país en una potencia en 30 años viniendo de ser una centena de pequeños y atrasados Estados feudales. En esta misma línea de ejemplos hay que destacar el caso de Japón en el último tercio del siglo 19 que gracias al proteccionismo, entendido aquí y en los ejemplos anteriores no solamente como altas tarifas sino como una activa participación del Estado a través de subsidios de diversa índole a la producción, se convirtió en una potencia regional a la vuelta de 30 años y poco después se sintió capaz de declarar la guerra total en la conflagración de 1914.

Paralelo a este desarrollo ocurrió un nuevo avance, la introducción de la planeación económica, idea proveniente en buena medida de la escuela de Estocolmo (Galbraith, 1992) y puesta en marcha de manera muy eficiente en la Unión Soviética por Stalin a través de los planes quinquenales y en países capitalistas, donde también hubo planes quinquenales. El éxito alcanzado se puede mostrar con dos ejemplos notorios: en primer lugar, la Unión Soviética fue el único país que no cayó en las garras de la Crisis de 1929, de manera que cuando todo el mundo capitalista se ahogaba –tanto países desarrollados como países subdesarrollados por la crisis de superproducción que precipitó los acontecimientos de 1929– la Unión Soviética pudo mantener su ritmo de crecimiento a lo largo de esa década (Aldcroft, 2013). El segundo fenómeno incontrastable es que la Unión Soviética pasó de ser a principios del siglo 20 una débil economía capitalista a ser la primera o segunda potencia planetaria durante varias décadas.

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial los teóricos del desarrollo empezaron a mirar los pasos dados por los países en esta larga historia aquí resumida, y llegaron a la conclusión anotada de que este desarrollo está asociado indisolublemente a la producción industrial, no sólo a la producción agrícola o minera para la exportación, como hasta el momento se anotaba.

Además se puso en cuestión otra tesis planteada por las corrientes ricardianas del desarrollo: que está determinado por la dotación factorial (es decir la relación entre la mano de obra y el capital disponible en un país) una especie de trampa o predestinación inevitable según se deduce de los postulados de Ricardo y Heckscher-Ohlin de que el país debe dedicarse a usar su factor abundante para volverse productivo. El resultado es que este modelo trae como conclusión sustentar la división del planeta en dos grandes campos, y los países de cada lado tendrán trazado su futuro por siempre, es decir, para sintetizarlo desde la perspectiva del desarrollo, serán potencias con capital o serán atrasados con abundante mano de obra, además barata. Posteriormente concluiría Bhagwati (1958) que afincar el desarrollo en la dotación factorial puede conducir a un crecimiento empobrecedor, es decir, que aunque el PIB del país aumente, la distribución del ingreso y de la riqueza empeorará.

La historia del desarrollo a través de las políticas proteccionistas mostró que no es cierto ese destino fatal ricardiano de que los países no pueden convertirse en industrializados partiendo de una base agraria bastante atrasada, tal como ocurrió, por ejemplo, en los países nórdicos, y como es el caso de las actuales potencias.

En América Latina durante la década de 1950 varios países pusieron en marcha el modelo ISI y el resultado fue que en pocos lustros Argentina, Brasil, Colombia, México, adquirieron un importante sector industrial (Bértola & Ocampo, 2014).

La historia detallada de las causas por las cuales este modelo finalmente no condujo a los resultados que sí se obtuvieron en países como Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong o Singapur escapa a este documento (Chang, 2003; Green, 1997; Khanna, 2019; Rodrik, 2000). Pero conviene llamar la atención sobre las interpretaciones erróneas que han prevalecido y que se usaron como argumento para adoptar el Consenso de Washington (la apertura económica, como se conoció en Colombia), la forma que adquirió en América Latina el cambio de modelo industrial por uno basado en el supuesto mercantilista de que es el comercio el que desarrolla a los países. Paradójicamente para los neoliberales, Adam Smith refutó esa premisa.

Una característica de Corea del Sur es su papel en la Guerra Fría. Convenía a los intereses de Estados Unidos permitir cierto nivel de fortalecimiento económico de ese país lo que se tradujo en un evidente trato diferencial en cuanto a inversiones y comercio internacional, permitiendo por ello cierta consolidación económica (Amézquita, 2009), algo similar a lo que ocurrió con Taiwán.

No puede pasarse por alto mencionar algunos de los problemas reales que acarrea el modelo ISI. Uno es que las políticas proteccionistas encarecen los precios para el consumidor pues los productores se asocian para obtener rentas monopólicas. Ya lo decía Smith que no hay reunión de “personas del mismo negocio que no termine en una conspiración contra el público o en alguna estratagema para subir los precios” (Smith, p. 191). En la literatura suele describirse como capitalismo de los amigotes (capitalismo crony), y en esa irresistible tendencia Estados Unidos identificó un periodo de su historia como la época de los Barones Ladrones, luego de la Guerra de Secesión de 1861.

El otro problema por resaltar es el trasvase de riqueza de los países atrasados hacia los desarrollados cuando sus nacientes empresas empiezan a exportar. Es algo similar a lo que ocurre con las exportaciones de bienes primarios y que se conoce como el deterioro de los términos de intercambio.

Así, en el caso de China debe notarse que a pesar de la gran participación del comercio exterior en el PIB –una de las más altas proporciones entre las potencias–, basado en el menor costo de producción por los bajos salarios. Desde la perspectiva del valor trabajo intercambiado el país es un perdedor (Li, 2021), es decir, está intercambiando productos chinos cuyo valor es mayor, medidos en el tiempo promedio empleado en su producción, por unos de menor valor, producidos en Estados Unidos y también medidos en tiempo. Así, debido a la baja productividad relativa de los atrasados, en cada producto exportado están enviando más mano de obra que si hubiera sido hecho en un país desarrollado. Esta pérdida se explica por las diferencias de desarrollo, y es el costo que paga China.

Por las diferencias salariales y de productividad, actualmente cada hora de trabajo incorporada en una mercancía cualquiera en Estados Unidos equivale a siete horas en China. Es decir, el valor condensado en cualquier mercancía China es siete horas por cada hora que recibe de Estados Unidos (Long et al., 2020). Por esa razón, Marx afirmó que el comercio exterior es la forma de extraer la plusvalía entre países.

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Supuesto agotamiento del modelo ISI

El punto de quiebre entre el modelo ISI y el modelo neoliberal ocurrió en 1982 cuando México declaró la moratoria de su deuda externa, aunque la Escuela de Chicago había afincado sus preceptos en la región desde mediados de la década de 1970, primero con Pinochet en Chile y luego en los otros países del Cono Sur, también bajo dictaduras militares.

La moratoria mexicana se llevó por delante a casi toda América Latina, que se vio abocada a declararse también en moratoria –casi todos los países–, lo que afectó además a los bancos de Estados Unidos que habían puesto sus recursos en esta región. La debacle permitió la imposición de un conjunto de políticas neoliberales: recortar la inversión y el gasto público, aumentar las cargas tributarias a los sectores medios y bajos de la población, liberar las importaciones, entre otras (Amézquita, 2017). Es decir dinamitar el modelo ISI, lo que se hizo fundamentalmente hacia mediados de la década del 80. Fue la condición para que Estados Unidos pusiera en marcha los planes Brady y Baker consistentes en darle recursos a América Latina para que reiniciase el pago de su deuda externa, refinanciada a 30 años. Esta historia puede verse en los documentos que se conocen como el Consenso de Washington (Williamson, 1990) que se reafirmaron en la reunión que ocurrió en 1989 cuando se les dio un nuevo impulso a esas políticas neoliberales ahora que América Latina había logrado estabilizar el pago de sus acreencias externas.

Lo que interesa aquí subrayar es que la crisis de la deuda de 1982 no está asociada al modelo de industrialización por sustitución de importaciones, es decir, los capitales que llevaron al alto endeudamiento no se usaron para impulsar la industria, como parece sugerirse en varios estudios, sino que cogieron caminos diversos hasta terminar en paraísos fiscales o en faraónicas obras inconclusas en América Latina (Green, 1997). Hay que reiterarlo, esos recursos no se aplicaron al desarrollo industrial. Por eso no tiene sentido hablar de que el modelo ISI condujo al endeudamiento y a la posterior Década Perdida, como se denominan los años transcurridos entre la moratoria de 1982 y la estabilización de 1990, que se hizo a costa de apretar las clavijas a los países latinoamericanos para que tuvieran recursos para pagar su deuda.

De las maquilas…

En la historia del desarrollo industrial de México y de los hoy países industrializados de Asia oriental hay un capítulo que merece analizarse, el relacionado con el papel de las maquilas en el proceso.

Las maquilas se crearon en México como respuesta a que en 1964 se terminó el llamado Plan Braceros (establecido durante la Segunda Guerra Mundial para resolver la escasez de trabajadores en Estados Unidos permitiendo la entrada de mexicanos a trabajar). El problema hizo crisis pues no era solamente de desempleo en México sino de falta de obreros en Estados Unidos, lo que se solucionó creando fábricas en México con inversión estadounidense para ensamblar productos cuyos componentes eran de Estados Unidos. Así fue estructurándose un sector industrial en México, pero el proceso se detuvo allí, con algunas pocas excepciones en las que ya no se importaban los componentes sino que se hacía todo el producto o buena parte de este en México. No puede pasarse por alto observar que a la par se fue fortaleciendo una burguesía nacional en México que en cierto grado defendería sus fueros tanto en la primera versión del tratado de libre comercio, Nafta, de 1995, como en la segunda bajo el gobierno Trump.

Algo similar ocurrió en el Sudeste asiático donde Japón actuó como pivote para el proceso de maquilas, pero es evidente el resultado diferente –teniendo el mismo origen– que hay entre Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán respecto a México. Un punto que ayuda a explicar esto es el mayor nacionalismo que hubo en los países asiáticos, que llevó a condicionar la inversión extranjera, a que las fábricas-maquilas permitieran a las empresas nacionales ir acogiendo las tecnologías, incorporándolas a la producción nacional, con un traspaso de propiedad intelectual o derechos de propiedad de las patentes.

De esa manera las maquilas en algunos países asiáticos no aparecían como un fenómeno estático o un enclave, como sí ocurrió en México donde no se incorporó ese nuevo conocimiento el cual venía en especie de caja negra que los mexicanos no podían utilizar para sus propios fines, mientras los asiáticos sí tuvieron allí el punto de arranque de su industrialización. Esta es la diferencia fundamental que se extrae de la historia sobre los diversos rumbos tomados en el proceso de industrialización que partió del mismo punto, una política de sustitución de importaciones, pero en Asia fue dinamizando el conjunto de la industria mientras en México fue con maquilas aisladas del resto de la economía.

… a las cadenas globales de valor

El siguiente paso en la historia de la industria mundial fue la creación de las cadenas globales de valor (CGV) que las potencias fueron estableciendo a lo largo del planeta para explotar los bajos salarios existentes en los países atrasados, y gracias a que el viejo fordismo fue reemplazado por procesos cuya base es la robotización y la inteligencia artificial. Esta evolución del desarrollo del capitalismo fue prevista por Marx:

“Espoleada por la necesidad de dar a sus productos una salida cada vez mayor, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes [..] Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamen­te. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo” (Marx y Engels, 2000).

Las CGV son una etapa posterior, más avanzada de las maquilas, agregando el requerimiento de cierto mayor grado de capacitación de la mano de obra pero conservando su característica fundamental de origen, el bajo salario en los países atrasados. Y al igual de lo que ocurrió con las maquilas en los años 1960, la diferencia que se fue estableciendo entre los países eslabones de las CGV están dadas por las negociaciones en torno a las tecnologías usadas en los eslabones de producción y de ensamblaje diseñadas por los inversionistas en sus países de origen.

Como resultado, países de desarrollo medio como Corea del Sur, Israel, Singapur, Sudáfrica, algunos de Europa oriental, se han convertido en las fábricas del planeta –incluida China por supuesto–, mientras que las viejas potencias entraron en un camino de desindustrialización en los últimos años del siglo pasado y lo corrido del presente (Huneeus y Rogerson, 2020).

En América Latina, México consolidó las maquilas y sobre esa base se estableció como parte integrante de las CGV bajo la condición anotada, de establecimientos poco dinámicos. Argentina, Brasil y Colombia, por su parte entraron en un proceso de franca desindustrialización por razones cuyo análisis merece otro documento.

En su momento de mayor auge, 2008, las CGV explicaban el 53% del comercio mundial y antes de la pandemia el 48%. Su dimensión es exorbitante: Samsung fabrica sus celulares con partes de 2.500 proveedores de todo el mundo (Selwyn, et al., 2021).

Como se observa, las cadenas globales de valor en su esencia son la versión actual del modelo ricardiano de la dotación factorial, pues los países en los cuales se establecen los talleres son aquellos en donde los salarios son más bajos, es decir, hay abundante mano de obra según el esquema Heckscher-Ohlin.

Esta historia es importante mencionarla porque hoy hasta el Fondo Monetario internacional (Cherif y Hasanov, 2019), la Cepal (Padilla, 2014) y The Economist (2020) están hablando del papel de las cadenas globales de valor en el desarrollo industrial. Pero no es un giro de ciento ochenta grados para replantear los errores del FMI y del Banco Mundial en la dirección económica de los países atrasados desde la posguerra. No están diciendo que el modelo de dotación factorial está desenfocado o fue un error en la historia. Tampoco están afirmando que el modelo ISI es el modelo más adecuado, lo que están indicando es que los países deben incrustarse en la nueva división internacional del trabajo en su versión CGV, aprovechando su factor abundante, es decir sus salarios bajos.

Además del eventual efecto empobrecedor del comercio exterior indicado por Bhagwati, conviene hacer extensivo el análisis a las implicaciones de las CGV:

“Es más, la inserción en las redes globales de producción, en ocasiones también contribuye al desmantelamiento de eslabonamientos productivos previamente existentes en los espacios nacionales, y/o a horadar las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo, lo que deteriora la dinámica socioeconómica de los países periféricos […] dando lugar, en términos de Kaplinsky a un ‘crecimiento empobrecedor’” (Trevignani, et al., 2022, p. 14).

En Colombia la industria tanto nacional como extranjera que alcanzó a consolidarse hasta alcanzar su pico en el gobierno de Lleras Restrepo, languideció en el último tramo del siglo 20 con medidas que fueron desmontando el modelo ISI desde el gobierno de Misael Pastrana en adelante, y entró en franco retroceso en el siglo 21 con las diversas versiones del modelo minero energético.

De nada valieron las voces que alertaron sobre el desenlace fatal como lo hiciera Francisco Mosquera (1995) y un no poco numeroso grupo de economistas de la intelectualidad democrática del país, como por ejemplo el gran historiador de la industria colombiana Poveda Ramos (2016), voces que llamaron a que los industriales defendieran sus logros alcanzados a lo largo del siglo 20 y que ahora se veían en grave riesgo de desaparecer. Pero no hubo la respuesta que exigía el momento.

El programa de Petro

El empeño industrializador es una necesidad acuciante como lo ponen de presente las llamadas de alerta que realiza la Andi (Mac Master y Restrepo, 2015).

En las condiciones de debilidad industrial de Colombia, la política de industrialización debe partir de la misma manera como se hizo en los países del Sudeste asiático, es decir, promoviendo sectores líderes, de punta, en la innovación, que serán protegidos tanto con aranceles como con subvenciones estatales. Curiosamente en la nueva versión de la industrialización propuesta por el FMI vuelve a aparecer el Estado como agente principal, sin que por supuesto haya una autocrítica por haber llevado a estos países al desmantelamiento del aparato estatal. Haciendo caso omiso de los errores y evidentemente reconociendo que en estos países la inversión privada no es suficiente como para crear la infraestructura necesaria para ser un buen eslabón en una cadena global de valor, la única opción es llamar de nuevo al Estado. En el estudio de los expertos del FMI se anota:

“La estrategia de política industrial/intervención estatal de los milagros asiáticos se puede resumir de la siguiente manera:

“• Intervenir para crear nuevas capacidades en industrias sofisticadas: aplicar políticas para dirigir los factores de producción hacia industrias comercializables tecnológicamente sofisticadas más allá de las capacidades actuales para alcanzar rápidamente la frontera tecnológica.

“• Exportar, exportar, exportar: un enfoque en la orientación a la exportación, ya que se esperaba que cualquier producto industrial nuevo fuera exportado de inmediato con el uso de señales del mercado de exportación como retroalimentación para la rendición de cuentas. A medida que cambiaron las condiciones, tanto el Estado como las empresas se adaptaron rápidamente.

“• Competencia feroz (en el país y en el extranjero) y responsabilidad estricta: No se brindó apoyo incondicional, aunque la evaluación del desempeño no se basó necesariamente en las ganancias a corto plazo. Si bien industrias específicas pueden obtener apoyo, se fomentó en gran medida la intensa competencia entre empresas nacionales en los mercados nacionales e internacionales” (Cherif y Hasanov, 2019, p. 29).

La forma concreta que adopte el proceso de real industrialización en Colombia dependerá del carácter que tenga el gobierno para defender los intereses de la nación y no ceder ante los chantajes de los inversionistas extranjeros de un todo o nada en relación con las ganancias que obtendrán en nuestro país. Deberá adelantarse un acuerdo en el cual el país obtenga paulatinamente ganancias al permitir el establecimiento de eslabones de la cadena global de valor en Colombia. El estudio juicioso de lo que hicieron Corea del Sur y China en los últimos 30 años es un buen ejercicio para entender la dinámica que hubo detrás de esos rápidos procesos de industrialización que arrancaron siendo maquilas y luego parte de cadenas globales de valor, pero sin que estuviera recortada la dinámica interna al haberse negociado apropiadamente el uso nacional de las tecnologías importadas.

 

Referencias

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Bértola, L. & Ocampo, J. A. (2014). El desarrollo económico de América Latina desde la Independencia. México: Fondo de Cultura Económica.
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