Dos cuentos del libro La casa memoria de una granja

arturo neira
Arturo Neira Gómez
Psicólogo y escritor. Editor del fanzine Andante Voces y Trazos y autor de los libros En la Noche y La Casa Memoria de una Granja
(... ) Con frecuencia tropezamos con significantes, palabras, imágenes, melodías, eventos, que activan mecanismos para encontrar algo que intuimos, importante. Significantes que, sin proponemos, automáticos, llevan y aproximan a momentos y lugares de nuestro devenir. Para algunos, el empuje de estos mecanismos se toma urgente e ineludible; le ocurre al autor de esta obra, y para un número considerable de personas, este suceder llega con otra intensidad, les significa algo con mediana, poca y hasta escasa contundencia. (... )

 

Tarugo, carcaj o aljaba de arquero

Sobre el cuento Más que un secreto y el poema Un álamo que le dio origen, una tarde del mes en que murió ‘Felipín’, él, orgulloso, me reveló: “Fue Mijita –nuestra mamá–, ‘la autora del prodigio’, quién mandó sembrar las orquídeas en el álamo, y yo fui su jardinero”. De niño y jovencito, siempre estaba al tanto de lo que Mijita quería y le obedecía. Sembró, resembró, abonó, podó, consintió, trepado en el álamo y otros árboles, estas parásitas. Y con nuestras hermanas, dedicaron también especial cuidado al jardín ubicado al frente de la escalera de acceso al vestíbulo y al corredor con barandas que iba hacia la esquina derecha de la casa. Jardín, por demás, bastante espacioso, se venía hacia acá pasando por debajo del mandarino y bordeaba el empedrado. Recuerdo, unos hermosos pensamientos sembrados encima del tronco de una palmera, la talaron antes de 1950 por el riesgo de caída en la quinta –en la fotografía de la portada y la página 95 de estas memorias, tomada en 1939, pueden observar su belleza y corpulencia, elevándose en el centro del jardín, sin que aún sobrepasara la altura del tejado–. Los amaba, así como las orquídeas, las azucenas, los jazmines y las demás flores. Precisamente tuve un sueño, con nuestro padre, en ese lugar en el año 1984, a los 10 años de su deceso, hablaré de ello. “Media noche, insomnio, vi luz reflejada en la ventana, me asomé, venía del jardín. Caminé silencioso y lo sorprendí trabajando, buscaba algo con una barra y un sacatierras, debajo del tronco de la palmera de los pensamientos. Una lámpara colgada de una rama del mandarino lo alumbraba. Se secaba el sudor con un pañuelo. Le dije algo, no recuerdo qué. En ese momento me mostró lo que acababa de sacar, enrollado dentro de un tarugo, un documento”. Desde ese sueño no he vuelto a soñar con él. Este suceso delirante, pienso que fue su descanso definitivo (y también el mío). Lo permitió, el haber dado inicio al desciframiento de esa escena onírica, aplicando las técnicas que aprendí como psicoterapeuta, de la lectura y praxis de La interpretación de los sueños del padre del psicoanálisis y de otros estudiosos del Inconsciente. El traducir el lenguaje cifrado latente de este sueño, ha sido y seguirá siendo significativo. Entre ello, lo que representa el documento enrollado en el tarugo, carcaj o aljaba de arquero, que desenterró: el imperativo y alcance de la escritura del libro La Casa Memoria de una Granja.

Bogotá, 8 de abril 2025.

Más que un secreto

A los niños les reveló el secreto: “…En las ramas / y en la fronda de los árboles, / las orquídeas / y el gorjeo de los pájaros, / cumplen la misión / de adornar / e iluminar los cielos”. (Fragmento del poema Un álamo).

Es probable que la siembra de orquídeas en el álamo adyacente a la escalera que daba acceso a la sala de recibo y miraba al jardín, ofrecidas con esmero especialmente para los visitantes, no hubiera sido idea de la madre que dirigió estas palabras a sus hijos, sino de Mercedes (su cuñada). De todas formas, poco importa, fue una mujer la autora del prodigio.

Quien llegaba por el ancho empedrado sombreado por los árboles, era impactado por la alegría del jardín que invitaba a seguir, y estando ubicado en el vestíbulo o en los corredores exteriores, sentía la atracción del ramaje del álamo. Y este, con el follaje de cámbulos, guamos, naranjos, mandarinos, nísperos, palmeras, cafetos…, y con los vuelos de colores, cumplían …la misión / de adornar / e iluminar los cielos.

Al traer esta añoranza pregunto por qué cielos en plural. Indistintamente puede connotar la bóveda celeste o los frisos que había en los techos o el reino celestial de los creyentes o la palabra con la cual los enamorados se dirigen a su par o una mujer llamada Cielo. Sí, cielos. Y siguiendo las palabras de quien reveló el secreto, veamos lo siguiente con sus asertos.

El magnetismo para los visitantes no sólo provenía del jardín extendido que se perdía más allá del álamo, también lo impelía el interior de la morada. Del amplio salón –sala comedor– con su mesa enorme, asientos de cedro y sillas de mimbre, paredes empapeladas con hojas y florecillas, cuadros y estampas de otros tiempos y lugares, y alacenas empotradas en las paredes. Hacia adentro existía el llamado a mirar a través de los muchos vidrios pequeños que hacían parte de grandes celosías en las puertas plegables en madera de los dos accesos: desde el vestíbulo a la sala, o desde la parte posterior, frente a la cocina, al comedor. Pero realmente logro precisar hoy que el llamado interior era de los frisos en los altos techos a los que raramente se miraba, y de dos pinturas al oleo, obras del pintor Juan B. Gómez Vargas, a quién no llegamos a conocer y poco supimos de él, aparte de su tartamudez y ser hermano de J.N.

En medio de la tranquilidad y el sosiego de la casa, hubo quienes, estando en el espacioso salón, les era frecuente presentir a alguien observando desde las alturas o desde los bodegones que siempre permanecieron allí, formando unidad con un filtro sobre una repisa esquinera y un reloj de pared al que se daba cuerda cada mes. Estos dos elementos, filtro y reloj, rompían las noches de insomnio y, tal vez por la vecindad con las pinturas, intuían la presencia del artista: el primero con su incesante goteo metálico, apenas perceptible en el silencio, y el otro con su tic tac y tañer de campanas anunciando el paso de las horas.

Y esta vivencia en escasas y extrañas circunstancias se tornaba prodigiosa, audible para el goce del desvelado e incluso (en sus ideaciones proyectivas) para deleite de las ánimas en pena: alcanzar a captar los sonidos solistas de las norias del filtro y del reloj cuando eran acompañados por el lejano, tenue, profundo y sostenido fondo musical del rumor de una quebrada subterránea que bajaba de la montaña y cruzaba exacto por debajo del sótano de la casona.

Bogotá, abril de 2014

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