El legado del profe Abel Rodríguez

No es fácil explicar cómo un maestro del municipio de Piedras, Tolima, graduado de la Escuela Normal de Ibagué y que trabajó en una escuela rural de Algeciras, Huila, tuvo un impacto tan alto sobre los maestros y maestras y, en general, sobre la educación de Colombia en las últimas décadas.
Abel logró algo que muy pocos alcanzan. Fue presidente de la Asociación Distrital de Educadores (ADE) a los 23 años y un tiempo después presidente de FECODE. Fue viceministro, ministro encargado y secretario de Educación. Casi nadie ha logrado un proceso similar, pero cuando ha sucedido es común que las personas olviden sus raíces. Esto no ocurrió en el caso de Abel. Durante toda su carrera, él siguió luchando la misma noble batalla que había emprendido como presidente de FECODE: que a la mayor parte de niños y niñas de Colombia se le garantizara el derecho a una educación de calidad.
Su origen diverso, su experiencia como líder sindical y su rol como representante del gobierno distrital y nacional le permitieron tener una mirada en la que confluían perspectivas muy diferentes, que combinaba lecturas, visiones e historias. Sus “sabatinas” eran un espacio para que los maestros hablaran con él y para compartir actividades culturales. Abel escuchaba a sus maestros. Lo hacía desde las ideas, pero también desde el corazón, evocando a Fals Borda cuando decía que somos “sentipensantes”.
La lectura crítica exige consultar fuentes diversas, reconocer que los conceptos tienen acepciones múltiples y poder distanciarnos afectivamente para construir un juicio más pausado y reflexivo. De esta manera, se garantiza una mirada más profunda de la realidad. Como sabemos, muy pocas personas en Colombia la alcanzan. La gran mayoría prefiere dialogar con personas afines y leer textos que ratifiquen sus ideas. Por eso el filósofo Jonathan Lear afirma que comúnmente las personas no leen, sino que se corroboran. Con Abel no sucedió lo mismo. Asumió la defensa de los maestros, pero también la de las niñas y los niños. Asumió el rol de líder sindical, pero también la responsabilidad del funcionario público. Esa mirada desde orillas distintas es lo que nos explica su visión mucho más completa y compleja de la educación.
Cuando Abel fue secretario de Educación, al mismo tiempo que trabajaba por garantizar la gratuidad y mejorar las condiciones de infraestructura, impulsaba la mayor transformación pedagógica que se ha realizado desde el Estado en Colombia. Ese es su primer legado.
Es cierto que la alcaldía de Lucho Garzón invirtió mucho en infraestructura, gratuidad y alimentación escolar, pero se suele desconocer que simultáneamente la Secretaría intervenía todas las variables claves para la calidad de la educación. Llevó a cabo un completo proceso para transformar la formación docente y reestructurar las instituciones educativas en Bogotá. Lo acompañé en todos los colegios públicos de Suba en su programa de Reorganización curricular por ciclos del desarrollo. En lugar de que los profes hicieran maestrías descontextualizadas e individuales, Abel logró que las universidades y los centros de formación fuéramos a los colegios a trabajar con los grupos de maestros, de manera contextualizada, in situ. El propósito era acompañar y empoderar a los equipos de docentes de los colegios para impulsar verdaderas trasformaciones en las aulas.
La mayoría de los maestros cree que el problema nuclear de la calidad se resuelve con más recursos. Abel, por el contrario, entendió que también era necesario repensar el currículo y puso a equipos de maestros a organizarlo por campos de pensamiento, superando la visión fragmentada e informativa dominante en ese momento en la educación en Bogotá. Como brillantemente dijo al inaugurar el Primer Congreso Pedagógico Nacional organizado por FECODE: “La crisis de la educación colombiana es una crisis global. No solamente es financiera y administrativa. La crisis abarca todos los aspectos: el filosófico, el pedagógico y el cultural”.
Abel comprendió que sin trabajo en equipo era imposible mejorar la calidad de la educación. Por eso, en las instituciones educativas públicas, abandonó la estructura institucional por grados –que reproduce las visiones lineales y acumulativas de la educación– y convenció a los maestros de la necesidad de trabajar por ciclos del desarrollo. Sin duda, el trabajo fragmentado e individual de los docentes es uno de los factores más importantes para explicar la baja calidad de la educación. Abel lo entendió desde el primer momento y por eso siempre trató de convencer a los maestros de trabajar juntos hacia el mismo objetivo, evocando las bellas palabras de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El principito: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo… primero has de buscar en los hombres el anhelo del mar”.
Su segundo legado fue el Movimiento Pedagógico, que, de manera muy original en Colombia, integró la dimensión gremial, la pedagógica y la política. Fue gremial porque defendió los derechos de los docentes. Fue pedagógico porque invitó a todos los maestros del país a repensar sus propósitos, sus fines, sus enseñanzas y sus prácticas de aula. Pero también tuvo una dimensión política porque, nutrido por el pensamiento de Paulo Freire, entendió que la transformación de la escuela sería el camino para la construcción de una sociedad más justa, más democrática y menos desigual. Educar –como decía Freire– siempre será un acto político, porque implica definir qué tipo de sociedad y de individuo estamos contribuyendo a formar. Abel lo tuvo claro desde siempre.
Bajo el liderazgo del Comité Ejecutivo de FECODE, los maestros del país nos comprometimos a sacar adelante, en 1987, el tercer congreso pedagógico nacional. Hoy, 38 años después, todavía no se ha realizado el cuarto. FECODE se concentró en defender a los maestros, pero dejó a un lado a los niños, a los jóvenes y a la sociedad colombiana. Gracias a esto las condiciones de los docentes han mejorado de manera ostensible, pero la calidad de la educación se mantiene estática y la transformación pedagógica detuvo su paso. Principalmente la frenó el Estado al impulsar una contrarreforma educativa que eliminó la autonomía escolar y asignó un peso desproporcionado al trabajo administrativo de docentes y directivos. Pero también, en parte, es responsabilidad de un sindicato que terminó por abandonar la dimensión pedagógica. La consecuencia es que en Colombia la educación todavía no cumple con la función principal que debería tener en una sociedad democrática: garantizar que los hijos de los pobres no estén condenados a la pobreza.
El tercer legado de Abel tiene que ver con lo que significa el derecho a la educación de calidad. Según este concepto, no basta garantizarle al estudiante un cupo en el colegio, sino que hay que asegurar asistencia, accesibilidad, permanencia y plena garantía de derechos. Abel se adelantó a lo que años después las Naciones Unidas llamaría los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Durante la alcaldía de Lucho Garzón, las escuelitas se transformaron en colegios con los más altos estándares arquitectónicos. Los colegios públicos construidos desde que Abel asumió la Secretaría superan con creces las condiciones de infraestructura de casi todos los colegios privados de la ciudad. Además, hoy en día la ciudad garantiza transporte y almuerzo. En eso consiste el derecho pleno a la educación, pero no a cualquier educación, sino a una de calidad. Por ello, en el planteamiento de Abel es indispensable impulsar una transformación para asegurar que la escuela garantice la comprensión de lectura y promueva el pensamiento crítico en los estudiantes. Este derecho fue clara y ampliamente consagrado en la Constitución de 1991 y en la Ley General de Educación. Abel fue constituyente y actor fundamental en la Ley 115 de 1994.
Con Abel diseñamos un modelo para impulsar la transformación pedagógica en múltiples regiones del país. Tristemente, el COVID nos impidió cumplir este sueño juntos. Tuvimos que echarlo a andar sin su presencia, pero sus ideas quedaron plasmadas en lo que en su honor hemos llamado el Proyecto Abel Rodríguez Céspedes. También quedaron para la eternidad los diálogos, las tertulias, las sesiones musicales, las palabras de afecto, las reflexiones y los consejos. Miles y miles de maestros quedamos en deuda con el profe Abel, quien a pesar de haber fallecido hace cinco años encarna la bella idea de Miguel de Unamuno de que “el pensamiento es la única inmortalidad segura”.
Gracias, Abel. Tus convicciones educativas, en efecto, son imperecederas.
[1] Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).
* Julián de Zubiría Samper es Magíster Honoris Causa en Desarrollo Intelectual y Educación de la Universidad Católica del Ecuador. Economista de la Universidad Nacional e investigador pedagógico. Ha sido Consultor del Ministerio de Educación y Cultura del Ecuador, de la Universidad del Parlamento Andino y del Convenio Andrés Bello. Profesor de maestrías en México, Chile, Ecuador y Colombia y de cursos postdoctorales en Universidades de Venezuela. Miembro fundador y director desde 1991 de la innovación pedagógica del Instituto Alberto Merani en Bogotá, en la cual se creó y validó la Pedagogía Dialogante. Varios de sus libros son usados como textos en quince países de América Latina; en especial en Perú, Ecuador, México y Venezuela. Su obra más divulgada es “Los modelos pedagógicos”.